Sunday, October 29, 2006


Ursúa: Un relato de la Conquista del Nuevo Reino de Granada
William Ospina, 2005, Ursúa, Bogotá, Alfaguara, 478 pp.


"Al final no triunfamos los humanos, al final sólo triunfa el relato, que nos recoge a todos y a todos nos levanta en su vuelo, para después brindarnos un pasto tan amargo, que recibimos como una limosna última la declinación y la muerte".

En 1543, con tan solo diecisiete años, Pedro de Ursúa, hijo principesco del Castillo de Ursúa, ante las historias asombrosas del nuevo mundo, abandona su lugar en las colinas doradas de Navarra, sus herencias y linaje, para buscar, como tantos otros lo harían, su destino en las tierras recién ‘descubiertas’ por la Corona, en busca de aventuras y riquezas pero también de guerras y barbarie.

De la mano de Ursúa, y a través de quien llegó a conocerlo de cerca e interesarse por él a tal punto de recoger sus pasos andados y narrarlos con exactitud y belleza, la primera novela del colombiano William Ospina nos sumerge en un mundo de selvas descomunales, de fondas de rufianes y gritos, de ciudades perdidas, destruidas y fundadas, de templos cristianos erigidos a punta de sangre y leyendas de oro que enloquecieron a miles y causaron la muerte de millones. El que nos cuenta la historia es un mestizo letrado, de madre indígena y padre español, quien llegó a ser discípulo de Oviedo y a la vez compañero de Orellana en su viaje por el Amazonas y posee esa doble conciencia de conquistado y conquistador. En un último intento de darle sentido a su vida, termina luchando contra el olvido al narrar la vida de Ursúa, de sus crueldades y sus pasiones.

Quizá, lo que Ospina logra al abordar desde la ficción la recreación de todo un período histórico tan importante como confuso es revelar las motivaciones, las contradicciones, las ambigüedades y complejidades intrínsecas de éste, que difícilmente salen a flote en los libros de historia cuya fidelidad a su estricta disciplina no les permite despegarse de los hechos. De pronto, por eso es que la novela se vuelve más contundente que la misma historia, o por lo menos más verosímil y más concebible. Ésta, nos da luces, por ejemplo, sobre los hombres que estuvieron allí, deseando indias desnudas por su color de piel, embriagados por el oro que los llevó a niveles insondables de violencia y corrupción. Así, nos deja ver con caras, carne y hueso, todo un episodio que por su monumental magnitud no ha sido fácil de palpar. De igual manera, la novela, cuando nos narra todo como un inmenso río que brota a borbotones, sin discriminar entre el rumor y el hecho, entre las exageraciones y las no exageraciones, entre si fue tal día o tal otro, en tal pueblo o tal otro, deja entrever la incertidumbre que acompaña a los hechos en el momento en el que éstos suceden.

Ahora, ¿por qué escoger a Ursúa y no a otro conquistador? ¿Acaso no hubo otros que consiguieron más riqueza, que descubrieron tesoros más increíbles? ¿Qué busca Ospina a la hora de decidirse por él? Ya lo dice el narrador en el último capítulo:

Todos vivimos prodigios y espantos, pero siempre he pensado que Ursúa es mejor imagen que los otros de lo que ha sido esta conquista. Su valentía, su belleza, su furia, esa manera de oscilar entre la codicia de las nuevas tierras y el odio por ellas, su crueldad ante los guerreros desnudos y su excitación ante las muchachas de cobre, su doble sed de oro y sangre, su imposibilidad de descansar, pero también su incapacidad de triunfar, que lo hacía buscar siempre más lejos, no poder detenerse en la satisfacción y en el goce, sino despertar cada día para nuevos delirios, todas esas cosas son como letras de una oscura desesperación.

Ya han pasado más de 500 años y aún la “otra historia” apenas si se cuenta. La incapacidad que tenemos de recobrar la Memoria Colectiva y de preferir mantener todo en el Olvido, parece ser un mal que nos acompaña aún hoy en día. Los intentos de desmaquillar la Historia me parecen valientes, corajudos. Ospina, arranca del olvido los cientos de pueblos que desaparecieron en menos de cinco décadas. Intenta darle a las cosas el nombre que tenían antes, describir el revolar de alcatraces, el génesis de los hombres en la tierra, el poder de los ríos y sus animales, etc. ¿No es éste, en últimas, uno de los fines de la literatura, rescatar de la Historia lo que ha quedado al margen, lo que se ha dejado a un lado?

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